POESÍA TODO A CIEN
Unos versos que no tendrían pretensiones, de no ser por el hecho de que atreverse a escribir versos ya es algo pretencioso de por sí.
viernes, 28 de octubre de 2016
SI ESPAÑA FUERA UN BAR.
miércoles, 18 de mayo de 2011
DIRÍASE
que sólo me limito a transcurrir.
Diríase que el tiempo es un intento
de minarme las ganas de vivir.
Diríase que el mundo está mal puesto,
como un coche aparcado en doble fila,
como una embarcación sin rumbo cierto
navegando en la bilis que destila.
Diríase que triunfa el conformarse;
que la mediocridad es “trending topic”.
Que las musas han dado positivo
en todos los controles anti-doping.
Diríase que soy inexpugnable,
que guardo bajo llave mis latidos.
Diríase que soy tan miserable
que revendo las flechas de Cupido.
Diríase que el mundo ya no rima.
Por eso me emborracho con poesía.
Los dioses - ¡qué cabrones! - no se animan
a compartir conmigo su ambrosía.
Diríase que... ¡bah! Diríase tanto,
que los versos chirrían cual bisagras,
que ya se han enfadado los silencios,
que ya se han devaluado las palabras.
Madrid. 18 de mayo de 2011
RADIOGRAFÍA DE JUGUETE
Adicto a navegar en las botellas.
Experto en malvivir para olvidar
y acabar otra vez pensando en ellas.
Coleccionando “y sis”, “cómo habría sidos”,
atando el corazón en cada esquina
con ese nudo frágil que he aprendido
a desatar si me ata la rutina.
Dueño de un zapatito de cristal
que no encuentra una dueña de su talla.
Ninguna princesita es especial
cuando me cuenta más de lo que calla.
Y un “te quiero” clavado en mi garganta
doliendo como espina de pescado.
No sé a quién pronunciárselo en voz alta y
si lo hago, va a sonar desafinado.
Hay algo tan hermoso en naufragar...
es tan tierno el sabor de la derrota...
¿Para qué entablillar mis alas rotas
si riman con mi formar de rimar?
Fuerteventura. 4 de agosto de 2010
SI ALGUNA VEZ (una ranchera)
Si alguna vez te amé, se me ha olvidado.
Si alguna vez soñé, ya abrí los ojos.
Si alguna vez brillaste en mi pasado
más brillan, al quemarse, tus despojos.
Hoy tengo el corazón averiado.
Hoy me saben a hueco los latidos.
Hoy no ladro a la luna en los tejados,
ni la ensucio al colgarle tu apellido.
Tu foto ya no alarga mis desvelos,
ni vierto en tu recuerdo mi tristeza.
Pues ya no necesito más consuelo
del que cabe en una jarra de cerveza.
Si alguna vez te dije “para siempre”
no era yo el que te hablaba, sino el vino.
Si alguna vez llegué a implorar tu muerte
hoy me trae sin cuidado tu destino.
Y es que ahora me enveneno en otros labios
y comparto mi almohada con cualquiera.
Y es que ahora no suplico tus agravios
porque ellos signifiquen que me quieras.
Ni pido que te alcancen estos versos,
ni lloro si te hiere la metralla.
No busques la postdata en el reverso,
ni esperes que devuelva las medallas.
Si alguna vez, por ti, afilé un cuchillo
dudando si en mi pecho o tu garganta,
alguna vez también tus dos colmillos
me hollaron con más hambre que Carpanta.
Por eso te propongo un “alto el fuego”,
me resigno a un “borrón y cuenta nueva”.
Por eso desde ahora, truene o llueva,
tendrás que perdonarme si no juego.
Fuerteventura a 7 de julio de 2009
HE ENCONTRADO A LAS MUSAS
ahorcadas en las cuerdas de mi lira.
Hieráticas, exánimes, sin vida...
sin una rima que termine en “usas”...
y sin más testamento ni legado
que un vestido rasgado por cabeza,
y por cada cabeza, un cuello roto,
y por cada gaznate que ha quebrado,
un manojo de pelos despeinados
meciéndose en los cráneos con tristeza.
¡He encontrado a las musas!
Los gusanos se comen sus ojitos,
para así convertirse en maripusas.
¡Mariposas! ¡Perdón! Tiene delito...
Y hablando de delito... el policía
que marcó con la tiza sus contornos,
sus curvas putrefactas...
repetía...
repetía... repetía... repetía...
la frase: “No ha sido un accidente”,
aumentando con ello mi trastorno.
¿Acaso les parezco un delincuente?
¡He encontrado a las musas!
O a lo que más o menos queda de ellas.
Sin notas de suicidio... sin excusas...
sin dar explicación, sin un “lo siento”,
sin dientes, sin entrañas, sin aliento,
sin, “tiritan a lo lejos las estrellas”,
o los astros, las nubes, o los vientos...
o cualquier otro verso, o sentimiento
que me ayude a terminar esta poesía
con cierta dignidad, cierto decoro,
sin trampas, sin traspiés, ni alevosía...
sin tener que repetir igual que un loro:
“¡He encontrado a las musas!”
Mas, ¿servirá de algo repetirlo...
repetirlo... repetirlo... repetirlo...
si, por más que lo grito,
no me escuchan?
¡He encontrado a las musas!
"Quoth the loro."
¡He encontrado a las musas! Y en su muerte
me transmiten una última enseñanza:
“Cuelga la lira. Ya se te ha oxidado.
Está vieja y cansada y ya no alcanza
la calidad de sus primeros días.
Cuelga la lira. Su tiempo ha terminado.
Tal vez los niños puedan reciclarla.
Ellos saben sacar de lo inservible
la diversión, el gozo, la alegría...
Déjales diez minutos y es posible
que aprendan de nosotras cómo usarla,
y también se columpien en las cuerdas”.
¡He encontrado a las musas!
¡Putas musas fanáticas de mierda!
Ahora queda enterrarlas en la fosa
de la parte trasera del jardín.
Me voy a por la pala y el rastrillo,
y pondré de epitafio el estribillo:
“¡He encontrado a las musas!”
pues (¿para qué mentir?) nunca he podido
idear epitafios ingeniosos
sin esas bellas musas y su hermoso
acento susurrándome al oído:
¡He encontrado a las musas!
También las he perdido para siempre,
pero ahora puedo follarme sus cadáveres.
8 de febrero de 2004.
TU AUSENCIA ESTÁ SERVIDA
El mantel tiene manchas de anteriores comidas,
como heridas de guerras que hace tiempo perdí.
Tengo un mantel más limpio, mucho más agradable...
doblado en ese armario que rara vez se abre...
Un mantel que, en resumen, es más digno de ti.
¿Que por qué he puesto el sucio? Muy sencillo, querida:
Porque sé que esta noche tú no vas a venir.
Los tenedores clavan su tridente en la nada,
las cucharas no aspiran a llenar cucharadas
en sus cuencas vacías de indolente metal.
Y las copas acunan en sus vientres de vidrio
a ese vino barato, condenado al delirio
de saber que no hay nada que me incite a brindar.
¿Por qué el vino está triste? Muy sencillo, mi amada:
Porque sabe que tú ya no vas a llegar.
La lasaña ha girado... ha girado... ha girado...
en ese microondas al que me he acostumbrado
(ya sabes que lo mío nunca fue cocinar)
y ahora grita en el plato, con señales de humo,
y mirando su idioma de espirales presumo
que en su lecho de muerte te pretende invocar.
La echaré a la basura cuando se haya enfriado,
porque sé que esta noche no la vas a probar.
El teléfono móvil (ese gris camarada)
se dedica a ser mudo junto al bol de ensalada
a pesar de que gana con tu voz de mujer.
Y aunque nada me impide descolgarlo y llamarte
y después de escuchar tu “¿Quién es?” recordarte
esta cita infeliz que acordamos ayer,
¿para qué molestarme yo en marcar tu teléfono
si ya sé que esta noche no lo vas a coger?
El candelabro esculpe lagrimones de cera,
tu silla está desnuda y la negra champanera
resfría una botella de champán para dos.
Y en la parte más triste de la esquina más mustia
de la mesa, reposa con un nudo de angustia,
doblada cual un viejo en un ataque de tos,
la rancia servilleta de desgastada tela
similar a un pañuelo con vocación de esquela
que agitas en tu mano para decir adiós.
21 de octubre de 2003
AUTO-RÉQUIEM A FUEGO LENTO
La caldera bullía como un baile de avispas,
y el guiso protestaba con espesas burbujas.
La hoguera crepitaba, y saltaban las chispas,
bailando en torno mío como un coro de brujas.
Los salvajes gritaban en su lengua antiquísima
(una lengua antropófaga sin vestigio de escrúpulo)
mil canciones atroces con estrofas horrísonas
(y el tambor imitaba una estampida de búfalos).
El hirviente estofado que ablandaba mis carnes
desprendía un aroma de lo más suculento...
un aroma que habría llegado a gustarme
si no fuese mi cuerpo el desdichado alimento.
Las verduras flotaban cual bañistas ahogados
en aquella piscina (o ataúd en remojo).
En el agua, conmigo, una centena de grados
me besaba el pellejo, y lo pintaba de rojo.
Los niñitos caníbales, a cuál más impaciente,
se asomaban al borde de la horrible marmita,
y allí se relamían, enseñando los dientes
(“¡Yo me pido los muslos!” “¡Para mí las alitas!”)
La jungla se extendía en treinta mil direcciones,
mantel verde y titánico de una mesa macabra.
Y no iba a rescatarme ningún “Indiana Jones”
chasqueando los dedos con un “Abracadabra”.
En un árbol cercano, colgando en las lianas,
penduleaban los huesos de menús anteriores:
el francés, el austríaco, nuestro guía, mi hermana,
treinta y tres misioneros, un par de exploradores...
Y mordió el cocinero mi meñique con saña,
para ver si mis dedos se encontraban al dente,
y yo reprimí un grito, para dejar de España
una imagen de tierra de varones valientes.
Dijo el chef con su acento de simio humanizado:
“Ugn agunda zai otta, utta zai ung macunda”
que significa: “¡Albricias! ¡No está bien aliñado!”
en la cruda lingüística de esa caterva inmunda.
Me aliñaron con hierbas de sabores prohibidos
que jamás tendrán nombre en un manual de Botánica.
¡Cómo cambia la vida! Al más leve descuido,
te conviertes en plato de una cena satánica.
Y quisiera seguirles relatando en mis versos
los cruentos devenires de esta experiencia loca,
mas no va a ser posible: Estos ogros perversos
ya vienen a ponerme una manzana en la boca.
Madrid
LO SIENTO, NENA
La víctima eres tú, y sin pretenderlo,
me has roto el corazón... y lo has robado...
y ahora entiendes que no hay dónde esconderlo.
¿Que quema demasiado? ¡Haber pensado
en ello cuando hacías esa cosa
con tu mechón de pelo, tan graciosa...
Lo siento, nena, tú lo has calentado.
Te mereces tenerlo. Lo has ganado
a golpe de sonrisa. ¡Y la has cagado!
Lo que hagas tú con él, es tu problema.
Yo no lo quiero. Aleja de mi vista
a ese infame traidor especialista
en pronunciar latidos que me queman,
porque tu nombre llevan esculpido...
... por la maldita flecha de Cupido.
Que viva ahora contigo, ¡y buen provecho!
No pienso denunciarte. Es todo tuyo.
Se escapó aquella noche de mi pecho,
rompiendo mis costillas, y mi orgullo...
... y mientras se alejaba, el muy capullo
dejaba un rastro rojo hacia tu lecho.
Un rastro ensangrentado y moribundo
que no pienso seguir. Hazte a la idea.
Ahora sois dos en casa, y no te creas
que es fácil convivir con ese inmundo
pedazo de carbón, con esa brasa
que te dará la ídem cada día.
Tendrás una mascota nueva en casa
y en vano rondarás las librerías
en busca de algún libro... alguna guía...
que te enseñe a cuidarla,
a consolarla...
para que no te enerve con sus gritos.
Pero no te preocupes. Hoy te he escrito
buscando un rato libre en mi calvario
un manual de instrucciones sencillito,
como hecho con nivel de parvulario.
Lección número uno: ¡Ni tocarlo!
Es muy muy frágil, y se rompe hiriendo,
como un vaso de vidrio. Al abrazarlo
te clava sus añicos. Yo no entiendo
cómo ha sobrevivido tantos años
sin morir ni matar. Pero los daños
irreparables que sembró tu olvido,
no cicatrizan bien, y en un descuido...
...en una cruel caricia involuntaria...
le asestarás un golpe tan de gracia,
que a pesar de sus ínfimas plegarias,
en vano buscarás en la farmacia
pegamentos que arreglen los errores
o antídotos del mal de los amores.
Lección número dos: En su presencia
jamás te pongas ese vestidito
de color verde, que es su favorito.
Ni deslices con malévola inocencia
el tentador tirante por el hombro,
que puede resurgir de sus escombros
cual ave fénix roto, kamikaze...
...que de cenizas de recuerdos nace...
pa volar hacia ti, para estrellarse,
y arder, y destruirse y olvidarse
de lo caro que sale enamorarse.
Lección número tres: No lo alimentes
con falsas esperanzas, con promesas,
con palabras amables, con serpientes
disfrazadas de besos, ni con esas
miradas tuyas que apuñalan musas
y las hacen gritar estas sandeces.
Y si con lastimera voz de niño
te suplica un poquito de cariño,
finge y contesta: “¡No te lo mereces!”
Lección número cuatro: Si algún día
no te deja dormir en su agonía,
te permito que cortes por lo sano.
Cómprate un arma de segunda mano,
acorrala al cabrón, luego... ¡dispara!
Envía en correo urgente hacia el Infierno
a un corazón que ya no cree en lo eterno
y te odia, te ama, te odia... y no se aclara...
Madrid. 12 de enero de 2006
EN LA ISLA PODRIDA
donde mueren los peces en las playas de cieno
y las palmeras crecen con corona de espinas.
Ven conmigo esta noche... a la isla podrida,
donde crujen costillas en lugar de guijarros
y los cuervos se arrastran con las alas partidas.
No hay sombrillas en las playas de la isla podrida,
y el sol vuela en su escoba de rastrojos marchitos
proyectando su sombra de asteroide sin vida.
Quiero besar tus párpados en la isla podrida,
donde el viento me ordene que te muerda en el cuello,
donde nadie me recuerde que la vida es bonita...
Quiero enterrar mis sueños en la isla podrida,
donde la tierra es fértil para sembrar angustia,
donde sólo se entierra lo que sigue con vida...
¿No te gusta el paisaje de la isla podrida?
¿No te gustan las flores de los pétalos negros
y los cielos opacos con estrellas heridas?
¿Por qué lloras, querida?
Es la última vez que te traigo conmigo
a la isla podrida.
13 de julio de 2001
LA SONRISA EN EL SUELO
Hay en el suelo una sonrisa ingenua
que dicen que era mía.
Se me cayó un buen día de la boca
como se cae la dolorida muela
que ha masticado demasiadas cosas
y ya no tiene fuerzas ni raíces
que justifiquen el que siga en pie.
Una sonrisa mía en el asfalto.
Un buen día volaba a la deriva,
y me caí,
dejando en la caída
unos cuantos recuerdos en el suelo,
unas monedas, un jirón de vida
y esa sonrisa huérfana, perdida...
manchada de tristeza y soledad.
Me he acostumbrado a caminar sin ella
¡me he acostumbrado a tantas cosas malas...!
Mi espíritu se ha vuelto más ligero,
y como el globo al que le quitan lastre
asciende tristemente por los aires,
sin tener ningún sitio al que volar.
23 de Diciembre de 2000